jueves, 30 de abril de 2015
miércoles, 29 de abril de 2015
CUANDO yo era el niño Dios, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, ligeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, ligeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.
Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de En medio,
iba tirando doblada del niño Dios y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,

Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de En medio,
iba tirando doblada del niño Dios y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.
¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el niño Dios huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niño Dios en mi Moguer, este pueblo!
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niño Dios en mi Moguer, este pueblo!
martes, 28 de abril de 2015
lunes, 27 de abril de 2015
Comentario de textos. Valle-Inclán
DON FILIBERTO.—¡Esa broma es intolerable! ¡Baje usted los pies! ¡Dónde se ha visto igual grosería!
DORIO DE GADEX.—En el Senado Yanqui.
DON FILIBERTO.—¡Me ha llenado usted la carpeta de tierra!
DORIO DE GADEX.—Es mi lección de filosofía. ¡Polvo eres, y en polvo te convertirás!
DON FILIBERTO.—¡Ni siquiera sabe usted decirlo en latín! ¡Son ustedes unos niños procaces!
CLARINITO.—Don Filiberto, nosotros no hemos faltado.
DON FILIBERTO.—Ustedes han celebrado la gracia, y la risa en este caso es otra procacidad. ¡La risa de lo que está muy por encima de ustedes! Para ustedes no hay nada respetable: ¡Maura es un charlatán!
DORIO DE GADEX.—¡El Rey del Camelo!
DON FILIBERTO.—¡Benlliure 1 un santi bon barati!
DORIO DE GADEX.—Dicho en valenciano.
DON FILIBERTO.—Cavestany 2, el gran poeta, un coplero.
DORIO DE GADEX.—Profesor de guitarra por cifra.
DON FILIBERTO.—¡Qué de extraño tiene que mi ilustre jefe les parezca un mamarracho!
DORIO DE GADEX.—Un yerno más.
DON FILIBERTO.—Para ustedes en nuestra tierra no hay nada grande, nada digno de admiración. ¡Les compadezco! ¡Son ustedes bien desgraciados! ¡Ustedes no sienten la Patria!
DORIO DE GADEX.—Es un lujo que no podemos permitirnos. Espere usted que tengamos automóvil, Don Filiberto.
DON FILIBERTO.—¡Ni siquiera pueden ustedes hablar en serio! Hay alguno de ustedes, de los que ustedes llaman maestros, que se atreve a gritar viva la bagatela. ¡Y eso no en el café, no en la tertulia de amigos, sino en la tribuna de la Docta Casa! ¡Y eso no puede ser, caballeros! Ustedes no creen en nada: Son iconoclastas y son cínicos. Afortunadamente hay una juventud que no son ustedes, una juventud estudiosa, una juventud preocupada, una juventud llena de civismo.
Ramón María del Valle-Inclán, Luces de bohemia.
Cuestiones
1. Señale y explique la organización de las ideas contenidas en el texto. (Puntuación máxima: 1,5 puntos).
2. 2.a. Indique el tema del texto. (Puntuación máxima: 0,5 puntos).
2.b. Resuma el texto. (Puntuación máxima: 1 punto).
4. Analice sintácticamente el siguiente fragmento: Es un lujo que no podemos permitirnos. (Puntuación máxima: 2 puntos).
5. Exponga las principales características de género del teatro. (Puntuación máxima: 2 puntos).
___________________________________________
1 Mariano Benlliure, escultor valenciano, fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
2 Juan A. Cavestany, poeta y dramaturgo sevillano, fue miembro de la Real Academia Española.
lunes, 20 de abril de 2015
¡QUÉ AGOBIO!
Juan José Millás
Nos estamos quedando sin palabras. Todos: los tertulianos, los camareros, los filósofos, los matrimonios, los adolescentes, los coroneles, los militares sin graduación, el personal alterno, el subalterno, los bomberos y hasta el cuñado que disponía de una opinión para cada asunto y de un proverbio para cada suceso. El personal se queda sin palabras cada vez que se asoma al periódico o al telediario, cuando escucha la radio, cuando aparece en los papeles un capítulo más de Bankia o un apartado nuevo de los ERE, cuando emerge un dirigente sindical corrupto o un rojo infectado, cuando se manifiesta una trama secundaria de la gestión del ébola, cuando los populares hablan de populismo, cuando Valencia, cuando el FMI, cuando la troika, cuando el Banco Central, cuando Ana Mato, cuando Javier Rodríguez, cuando Cañete, cuando la cesta de la compra, cuando Cataluña… Nos quedamos sin palabras, sin saber qué decir, afásicos; los hechos superan nuestra capacidad de respuesta, de análisis, rompen nuestras defensas. Intentamos hablar y nos sale un gemido, ay. Se nos caen las palabras del vocabulario como el alma a los pies. Abrimos la boca para expresar nuestro asombro ante el grado de corrupción institucionalizada, de desfachatez, de atropellos políticos, y económicos, y judiciales, y sale otro suspiro, ay, ay. España dice ay con un termómetro debajo de la axila, febril, desfallecida, alérgica a sí misma. Se rasca la nariz y se le pudre el léxico. El léxico vendría a ser como los glóbulos rojos, los eritrocitos o hematíes, encargados de transportar el oxígeno a cada una de las células. Pues eso, sí, que nos quedamos sin oxígeno, sin aire, perdemos la respiración cada mañana, al encender la radio. Qué desazón, qué agobio.
El País (17/10/2014)
martes, 7 de abril de 2015
PATRICIA HIGHSMITH. EL TALENTO DE MR. RIPLEY
Texto 1
Subió a la habitación de Dickie y estuvo paseándose por ella durante un rato, con las manos en los bolsillos, preguntándose cuándo volvería Dickie. Se dijo que tal vez se quedaría con Marge toda la tarde, que en realidad se acostaría con ella. Abrió el ropero de un tirón y miró dentro. Había un traje de franela gris, nuevo y bien planchado que nunca le había visto a Dickie. Tom lo sacó del armario. Se quitó sus propios pantalones, que solamente le cubrían hasta las rodillas, y se puso los pantalones del traje. Se calzó un par de zapatos de Dickie. Después abrió el último cajón de la cómoda y sacó una camisa limpia a rayas blancas y azules. Escogió una corbata azul oscuro de seda y se la anudó meticulosamente. El traje le sentaba bien. Se peinó de nuevo, esta vez con la raya un poco más hacia un lado, tal como la llevaba Dickie. —Marge, tienes que comprender que no estoy enamorado de ti —dijo Tom frente al espejo e imitando la voz de Dickie, más aguda al hacer énfasis en una palabra, y con aquella especie de ruido gutural, al terminar las frases, que podía resultar agradable o molesto, íntimo o distanciado, según el humor de Dickie—. ¡Marge, ya basta! Tom se volvió bruscamente y levantó las manos en el aire, como si agarrase la garganta de la muchacha. La zarandeó, apretándola mientras ella iba desplomándose lentamente, hasta quedar tendida en el suelo, como un saco vacío. Tom jadeaba. Se secó la frente tal como lo hacía Dickie, buscó su pañuelo, y, al no encontrarlo, sacó uno de Dickie del primer cajón de la cómoda, luego siguió con su actuación delante del espejo. Entreabrió la boca y observó que hasta sus labios se parecían a los de Dickie cuando éste se hallaba sin aliento después de nadar. —Ya sabes por qué he tenido que hacerlo —dijo, sin dejar de jadear y dirigiéndose a Marge, pese a estar contemplándose a sí mismo en el espejo—. Te estabas interponiendo entre Tom y yo... ¡Te equivocas, no se trata de eso! Pero ¡sí hay un lazo entre nosotros!

Tom hacía esfuerzos para recuperar su aplomo. Colgó el traje en el ropero y entonces dijo: —¿Te reconciliaste con Marge? —No pasa nada entre Marge y yo —contestó Dickie secamente, tan secamente que Tom abandonó aquel tema —. Otra cosa que quiero decirte, y decírtelo claramente —dijo Dickie, mirándole—, es que no soy invertido. No sé si se te ha metido esa idea en la cabeza o no. —¿Invertido? —dijo Tom, haciendo un débil esfuerzo por sonreír—. Jamás me pasó por la cabeza que lo fueses. Dickie iba a añadir algo, pero se calló. Se irguió y Tom advirtió que las costillas se marcaban bajo su piel morena. — Pues Marge piensa que tú sí lo eres. —¿Por qué? Tom sintió que se quedaba sin sangre en las venas. Se quitó el segundo zapato agitando el pie débilmente, y lo dejó en el ropero junto a su pareja. —¿Qué le hace pensar eso? ¿Qué he hecho para parecerlo, si es que he hecho algo? Se sentía a punto de desmayarse. Nadie le había dicho aquello en la cara, no de aquel modo. —Es sólo por la forma en que actúas —dijo Dickie con un gruñido, saliendo de la habitación. Tom se puso los shorts a toda prisa. Pese a llevar puesta la ropa interior, había tratado de ocultarse de Dickie detrás de la puerta del ropero. Se dijo que sólo porque le caía bien a Dickie, Marge lanzaba sus sucias acusaciones contra él. Y Dickie no había tenido agallas suficientes para negarlo. Al bajar se encontró a Dickie preparándose una copa en el bar de la terraza. —Dickie, quiero que esto quede bien claro —empezó a decir Tom—. Tampoco yo soy invertido, y no quiero que nadie piense que lo soy. —Muy bien —gruñó Dickie. Texto 3 —¿Tom? Abrió los ojos. Marge bajaba por la escalera, descalza. Tom se incorporó. Marge llevaba en la mano el estuche donde él guardaba los anillos de Dickie. —Acabo de encontrar los anillos de Dickie aquí dentro —dijo la muchacha, casi sin aliento. —Oh, es que me los dio... para que se los cuidase. Tom se puso en pie. —¿Cuándo? —Me parece que fue en Roma. Tom dio un paso atrás y tropezó con un zapato. Se agachó para recogerlo, y más que nada lo hizo para aparentar serenidad. —Y él ¿qué pensaba hacer? ¿Por qué te los dio a ti? Tom dedujo que ella había estado buscando un poco de hilo con que coserse el sujetador, y se maldijo por no haber escondido los anillos en un sitio más seguro, en el forro de la maleta, por ejemplo. —No lo sé, verás —dijo Tom—. Puede que fuese por capricho o por algo parecido. Ya sabes cómo es. Me dijo que si alguna vez le sucedía algo, quería que yo conservase los anillos. Marge puso cara de perplejidad. —¿Adonde iba? —A Palermo, en Sicilia. Tom sostenía el zapato con ambas manos, como si pensara utilizar el tacón de madera a guisa de arma. De pronto, por su mente cruzó fugazmente el modo en que iba a hacerlo: golpeándola con el zapato y luego, tras sacarla a rastras por la puerta principal, la arrojaría al canal. Diría que ella se había caído al resbalar en el musgo y que, como era tan buena nadadora, él la había creído capaz de mantenerse a flote.
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